El concepto de Environmental, Social and Governance, que en español significa Ambiental, Social y Gobernanza, se convirtió en un estándar de referencia para evaluar el desempeño de las empresas más allá de lo financiero. Bajo estos criterios, inversionistas y reguladores buscan fomentar prácticas responsables y sostenibles. Sin embargo, en los últimos años se gestó un movimiento en sentido contrario: el anti-ESG, que cuestiona y limita la influencia de estas políticas en el mundo corporativo.
El especialista en energía Ramsés Pech explicó que el ESG promueve la transparencia, la gestión ambiental y la responsabilidad social. No obstante, “las grandes petroleras están reduciendo sus planes en hidrógeno y otras energías alternativas, respondiendo a la presión política y a la rentabilidad que todavía ofrece el mercado de los combustibles fósiles”, señaló.
Dicho movimiento nació en 2021 en Texas, cuando el estado aprobó leyes que prohibieron a fondos de pensiones y entidades públicas invertir en compañías consideradas hostiles a los combustibles fósiles o a la industria armamentista. Desde entonces, el rechazo se expandió a escala nacional.
El trasfondo de esta resistencia es económico. El mercado mundial de hidrocarburos continúa siendo gigantesco y con perspectivas de expansión, ya que el sector alcanzará un valor de 4.43 billones de dólares en 2025, frente a los 3.82 billones de 2021, y se proyecta que llegue a 5.99 billones en 2033, con una tasa de crecimiento anual del 3.83%.
“Hoy el mundo no cuenta con una estrategia clara y uniforme para dejar atrás al petróleo; mientras tanto, la demanda sigue creciendo y eso mantiene viva la dependencia”, sostuvo.
Además agregó que América del Norte concentra casi el 40% del mercado global con Estados Unidos como líder, Europa aporta el 18.2% con Reino Unido, Alemania y Francia a la cabeza, mientras que Asia-Pacífico representa el 29% y se perfila como la región de mayor crecimiento, impulsada por China, Japón e India. En este contexto, México alcanzará un mercado cercano a los 150 mil millones de dólares en 2025.
Para Pech, el desafío global es evidente, debido a que el sector sigue generando ingresos tan altos que ningún país está en condiciones de renunciar a ellos. El crecimiento poblacional, la urbanización y la industrialización sostienen la demanda, mientras que muchos países en desarrollo utilizan estas rentas para financiar de forma gradual la transición hacia energías renovables.
“El debate de fondo es si el mundo logrará acelerar la sustitución de los combustibles fósiles sin poner en riesgo el crecimiento económico, o si la fuerza del mercado energético continuará imponiendo sus propios tiempos frente a la sostenibilidad”, concluyó el especialista.













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