La relación entre el precio de la nafta súper y los impuestos específicos que la gravan fue un terreno de fuertes oscilaciones en los últimos siete años. Según un trabajo elaborado por el Instituto Argentino de Análisis Fiscal (IARAF), el valor real del tributo nacional de monto fijo —que combina el Impuesto a los Combustibles Líquidos y el Impuesto al Dióxido de Carbono— atravesó un recorrido de subas y caídas abruptas que terminaron marcando el pulso del precio final que pagan los automovilistas.
La historia comienza en marzo de 2018, cuando el valor del impuesto rondaba los $450 por litro a precios constantes de julio de 2025. Durante los primeros años, las actualizaciones trimestrales que disponía la ley permitieron sostener un poder real relativamente estable. Sin embargo, a partir de 2021 ese mecanismo empezó a retrasarse frente a una inflación que se aceleraba, provocando un deterioro paulatino del tributo.
El derrumbe tuvo su punto más crítico en enero de 2024, cuando el impuesto apenas alcanzaba un valor real de $59 por litro, es decir, un 88 por ciento menos que en el inicio del período analizado. En paralelo, la nafta también acompañó esa tendencia a la baja: tras ubicarse en torno a $1.740 en mayo de 2021, cayó hasta los $897 en octubre de 2023.
Recién en febrero de 2024 comenzaron a aplicarse actualizaciones parciales, lo que permitió una recuperación. Hoy, el impuesto se estabilizó en torno a los $262 por litro, aún un 46 por ciento por debajo del nivel de 2018, pero muy por encima del piso histórico de comienzos del año pasado. Este rebote tuvo consecuencias directas: en los primeros siete meses de 2025, la recaudación real de este tributo creció un 70 por ciento frente al mismo período de 2024.
El comportamiento reciente muestra con claridad esa dinámica. Entre junio y agosto de este año, el precio real de la nafta súper en la Ciudad de Buenos Aires pasó de $1.209 a $1.244, un incremento del 3 por ciento. De esa suba, el 14 por ciento se explica por la actualización del impuesto y el 86 por ciento por un aumento del precio neto de tributos. Sin embargo, medido en dólares oficiales, el valor del combustible registró una baja del 4,6 por ciento en ese mismo lapso, porque el tipo de cambio subió más rápido que el precio en pesos.
La foto actual refleja un equilibrio inestable. El litro de nafta en CABA cuesta $1.244 en valores constantes de julio de 2025, de los cuales $262 corresponden al impuesto y $982 al precio neto. Para dimensionar el impacto del tributo, basta con un ejercicio contrafáctico: si el impuesto hubiese mantenido el mismo poder de compra que tenía en marzo de 2018, la nafta hoy valdría $1.466, es decir, un 18 por ciento más cara.
Más allá de los números, el informe del IARAF vuelve a poner sobre la mesa el dilema de la política fiscal y energética en la Argentina. Por un lado, los impuestos a los combustibles son una fuente clave de recursos coparticipables, con una nueva ley en discusión que podría modificar su distribución a favor de provincias y de la Ciudad de Buenos Aires. Por el otro, el atraso o la actualización de esos tributos impacta directamente en el bolsillo de los automovilistas y en la competitividad de toda la economía, que depende del transporte para mover mercancías y personas.
La experiencia de los últimos siete años muestra que el impuesto a los combustibles no solo cumple un rol recaudatorio, sino que también opera como una herramienta de política económica, con capacidad de amortiguar o acentuar los efectos de la inflación y de los movimientos cambiarios. El futuro inmediato dependerá de cómo el Gobierno administre esa tensión: si decide seguir con actualizaciones graduales que sostengan la recaudación sin disparar precios, o si opta por un congelamiento que alivie al consumidor pero erosione los ingresos públicos.
En cualquiera de los casos, lo que queda claro es que el precio de la nafta y el peso del impuesto seguirán siendo, al menos en el corto plazo, un termómetro sensible de la economía.
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