Argentina es uno de los países más competitivos en el mercado de los biocombustibles. Cuenta con experimentados productores que llevan más de 25 años en el rubro, es el punto estratégico de la biomasa (materia prima) y su industria fue calificada como una de las más modernas del mundo.
Sin embargo, los prejuicios de los consumidores y la falta de desarrollo normativo podrían estar frenando su crecimiento.
La ley actual no promueve el crecimiento del mercado, sino que garantiza un corte obligatorio con los combustibles fósiles, concentrando la producción y garantizando la demanda en un sector.
“En Brasil el porcentaje está en el orden del 15 por ciento, otros países limítrofes tienen el 10 por ciento lo mismo que en Europa. Con la capacidad productiva que tiene de biodiesel, un 7,5 por ciento suena a poco”, sugiere Mariano Santillán, asesor en combustibles, ambiente y energía.
En diálogo con surtidores.com.ar, el exdirector de Inspecciones y Seguridad de la Secretaría de Energía, asegura que el porcentaje podría ser mucho mayor. Incluso, en Córdoba y Santa Fe, se está experimentando exitosamente con cortes de entre 17 y 20 por ciento.
“En Argentina se importa todavía el 10 por ciento del combustible que se usa y migrar ese índice de importación a producto de biocombustible nacional, realmente sería una alternativa bastante inmediata para paliar el desabastecimiento”, sostiene.
Por su parte, sobre el precio, aclara que, en términos generales, es igual al de nafta u otros combustibles fósiles, con el gran plus de que son producciones que ya están desarrolladas en Argentina.
PRINCIPALES BARRERAS PARA UN MAYOR DESARROLLO
Como se menciona anteriormente, el prejuicio y un desarrollo normativo que abarque un mayor respaldo de la producción y abra las puertas a nueva demanda, son los principales desafíos a los que se enfrenta esta industria.
En este sentido, se pueden mencionar dos grandes ejes sobre los cuales se rigen las barreras de desarrollo: la creencia de que los biocombustibles afectan el rendimiento del automóvil y la poca disponibilidad de producto al consumidor final.
La primera remite específicamente a un mito que la evolución tecnológica y las investigaciones ya derribaron.
De manera que hoy se puede decir que, al igual que las naftas, lo que garantizará un buen funcionamiento del rodado tiene que ver con la calidad del combustible y no con el origen fósil u orgánico.
“El preconcepto que existe para los biocombustibles a nivel consumidores no existe para los combustibles tradicionales, cuando en realidad el plan es el mismo: si es malo, rompe los motores”, asegura Santillán.
En cuanto a la disponibilidad, resalta la importancia de que las Estaciones de Servicio cuenten con oferta de biocombustibles. Allí se podría vender, como establece la ley 27.640, en el artículo 23, biodiesel puro, lo que se llama B100, o en cortes con combustibles fósiles (B20, B50, B75, etc).
Para ello será clave que se conozca la demanda que existirá y se creen nuevos mercados. Uno de los ejemplos que comparte el asesor es el de la provincia de Santa Fe, la cual ha migrado la flota de colectivos a biocombustibles.
No obstante, hoy la normativa permite hasta un máximo de 15 por ciento, de bioetanol y de biodiesel, en las formulaciones de todos los combustibles.
Sobre esto, Santillán considera que lo mejor sería no poner topes, sino marcar un sendero que dé garantías de calidad con cada vez mayor porcentaje de combustible orgánico y concluye: “No hay un límite en la medida en que primero tengamos buena calidad de producto y segundo lo podamos garantizar”.
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