El país se encuentra en un momento importante para repensar su matriz energética. La abundancia de materias primas locales y la experiencia en producción agrícola ofrecen la oportunidad de que el biodiésel se transforme en un componente central de la economía y la energía nacional.
Según el estudio “El potencial del biodiésel paraguayo”, elaborado por el Centro de Estudios Económicos de la Unión Industrial Paraguaya, el país podría sustituir importaciones de gasoil por hasta US$ 300 millones anuales, generar más de 250.000 empleos directos e indirectos y consolidar al sector como un pilar estratégico de la matriz energética.
Para Massimiliano Corsi, presidente de la Cámara Paraguaya de Biocombustibles y Energías Renovables, el valor del biodiésel trasciende la mera producción de energía. “Nuestro petróleo se cultiva: está en los campos y, junto con la producción de alimentos, forma parte de una economía circular más eficiente para el país. Cada litro de biodiésel paraguayo significa soberanía, empleo y futuro sostenible”, afirmó a Surtidores Latam.
La lógica planteada sostiene que los biocombustibles transforman subproductos de la agricultura y la ganadería en energía limpia, que puede ser utilizada para alimentar maquinarias y procesos industriales, integrando de manera práctica la producción de alimentos y energía en un mismo ciclo.
Esta interconexión entre agricultura e industria permite a Paraguay generar valor agregado local, optimizando recursos y reduciendo la dependencia de combustibles fósiles importados. “Los biocombustibles son la herramienta más eficiente y accesible para la transición energética, porque utilizan tecnología disponible, materia prima local y generan energía limpia”, remarcó Corsi, subrayando que la transición energética del país puede apoyarse en lo que ya produce sin necesidad de inversiones masivas en infraestructura extranjera o complejos procesos tecnológicos.
A pesar del enorme potencial, el sector enfrenta desafíos estructurales. Actualmente, solo tres de las ocho industrias habilitadas producen biodiésel, con niveles de operación desiguales. Una planta opera al 70%, otra al 20% y la tercera apenas al 3%, mientras que las demás corren riesgo de cierre debido a los altos costos de operación y la limitada demanda interna. La caída en el consumo de gasoil tipo III, combinada con la expansión de vehículos nafteros y plataformas más livianas, redujó la proporción mínima exigida, afectando directamente la producción.
Para Corsi, la Ley N° 6.389/2019, que fija un techo del 5% de mezcla obligatoria, es una limitante crítica. “La industria nacional del biodiésel podría colapsar si no se actualiza la ley. Paraguay tiene capacidad instalada para abastecer mezclas superiores al 15%, lo que permitiría ahorrar decenas de millones de dólares en importaciones, crear empleo y reducir emisiones contaminantes”, sostuvo. La ausencia de un rango flexible y previsible para la mezcla genera incertidumbre y frena la planificación estratégica del sector.
Más allá de la legislación, Corsi planteó un enfoque regional y estratégico, ya que el modelo paraguayo se alinea con experiencias de Brasil, Argentina, Perú y Colombia, donde los biocombustibles forman parte de la cadena productiva agroindustrial y de la matriz energética, fortaleciendo la competitividad local y cumpliendo objetivos ambientales. Paraguay también busca diversificar sus mercados mediante proyectos piloto de SAF, que permitirían aprovechar excedentes de etanol y generar oportunidades de exportación, integrándose a la transición energética internacional.
Corsi, es un instrumento de soberanía energética, que permite al país controlar su producción de energía y reducir la vulnerabilidad frente a la volatilidad de los precios internacionales del petróleo. “No producimos autos eléctricos, por eso para nosotros es importante industrializar lo que tenemos y comercializar lo que producimos desde el campo, que son los biocombustibles”, explicó, resaltando que la estrategia paraguaya se basa en aprovechar sus ventajas comparativas.













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